Ante los cuadros de Patricia Miranda no cabe hacer consideraciones que vallan mas allá de su bella evidencia: solo cabe mirarlos, admirarlos. Sentirse uno con la fuerza del color, con el poder de la forma.
Con su sensualidad, tan fuerte en la expresión de la piel de los frutos, en la transparencia de las hojas de la cebolla, en la otra luz de las berenjenas, en los tallos sinuosos de los cocos. Mirar y agradecer.
Para qué teorizar sobre lo evidente, para qué reflexionar y añadir artificios a la maravilla de un fruto sobre la mesa, y su conmovedora forma, a su ser? Qué decir sobre la luz particular que ella sabe explotar en cada fruto y de la que nos contagia a quienes nos acercamos a sus cuadros?; Sobre la forma riquísima de la naturaleza, distintas en cada tallo, en cada hoja, en cada flor; Patricia Miranda ha experimentado que jamás una berenjena o un maracuyá es igual a otro, que ningún color de ningún fruto en el mundo es similar al del fruto del mismo árbol.
Así Patricia indaga en la inagotable variedad del ser, y plasma en su pintura la luz de cada cosa.
Veámosla, gocémosla con esos ojos sencillos que ella pide, cuado dice "no quiero explicarme, no quiero que la gente pase horas buscando una definición de por que pinto así, o pinto esto; no estoy pensando en lo que significa la creación; simplemente quiero captar las formas bellas, los colores bellos, atrapar la luz".
Las lecciones humildes de sus bodegones son evidentes y simples; nuestra siqueza esta en saber mirar las cosas, en devolverles su ser y valorarlas en su sencillez, nuestros ojos son una ventana abierta al mundo, y la mayor dicha es ser capaz de admirar lo pequeño, de transformarlo y de gustarlo.
Sus cuadros proyectan ese gozo de la forma, tienen luz, olor y sabor. Luego de haber mirado uno de sus frutos, lo cotidiano no será núnca rutinario.
Dra. SUSANA CORDERO DE ESPINOSA
Quito, 2000